miércoles, 29 de octubre de 2008

Top Secret

Se trataba de un mundo sin nombre.

Bueno, no exactamente. Naturalmente que tenía nombre, solo que éste era secreto. Solo tres personas en todo el Imperio -la Lideresa, el Sumo Sacerdote y el Maestre de la Guardia Pretoriana- conocían el nombre del Mundo-Trono Shi'Ar. Esto causaba todo tipo de molestias a lo largo y ancho del Imperio, con comentarios de tipo "deme un billete de ida y vuelta para ese planeta, ya sabe a cuál me refiero" o "a ver si te aplicas como tu hermana Ch'Rihann, que ha triunfado en la vida y ahora es camarera en un bar de striptease de aquel planeta, cómo se llamaba, sí hombre, lo tengo en la punta de la lengua, bueno, tú ya me entiendes".

Arakki, el anciano Coordinador del Servicio Secreto de Contactos Alienígenas, caminaba silenciosamente, pensativo, a lo largo de los largos corredores del Palacio Secreto Imperial. Mientras se deslizaba ocultándose de sombra en sombra, más por costumbre que por otra cosa, meditaba (y no por primera vez) que estaba volviéndose viejo para su cargo. Tal vez debería pedir un traslado a algún puesto de menor responsabilidad, como por ejemplo en el Servicio Secreto de Asuntos Internos. En el Mundo-Trono, todos los Servicios eran Servicios Secretos: desde el Servicio Secreto de Contraespionaje y Desinformación al Servicio Secreto de Cátering Imperial y el Servicio Secreto de Turismo. Siendo honesto consigo mismo, Arakki tenía que reconocer que empezaba a estar hasta el gorro de tanto secreto.

Atravesó estancias aparentemente vacías (en realidad él sabía perfectamente que estaba siendo vigilado en todo momento por el Servicio Secreto de Protección de la Lideresa) hasta llegar a una habitación sin elementos de decoración destacables: un cuarto de escobas. Una vez dentro, accionó el pulsador secreto que abría una puerta oculta. Penetró sigilosamente, giró a la izquierda, recorrió el Laberinto Secreto de las Trampas Mortales, tecleó el código secreto de los accesos internos, atravesó los Calabozos Invisibles Secretos, recitó el santo y seña ante el guardián del Sello Secreto, se sometió a un test biométrico completo, a una sonda cerebral y otra anal, rezó tres Avemarías y se personó por fin ante la puerta del despacho secreto de la Lideresa. Definitivamente, todo aquel ritual, antes tan vivificante, se le iba haciendo pesado con los años.

El despacho secreto estaba vacío y en silencio. De cara al público, la Lideresa se envolvía en los faustos y oropeles propios de su rango, pero en secreto era una Birdwoman de gustos austeros: todos los muebles, incluido el enorme escritorio de maderas nobles, eran estrictamente funcionales y solo se diferenciaban de los de un funcionario más en el tamaño, aproximadamente diez o doce veces más grande de lo habitual. La Lideresa no estaba. Arakki miró a un y otro lado, confundido. ¿Se habría equivocado de hora? Habría jurado que la Lideresa le estaba esperando para escuchar su informe (secreto) acerca del Asunto Rebelde. Arakki dudó entre salir de inmediato a avisar al Servicio Secreto de Seguridad o permanecer unos minutos más en la sala, (secreta) a la espera de nuevos acontecimientos. Al final optó por esto último.

Precupadamente, el Coordinador se dispuso a sentarse sobre uno de los sofás de la sala. Pero antes de hacerlo fue detenido por una voz perentoria:

- ¡Detente, Arakki! Ibas a sentarte sobre mi cabeza, grandísimo inútil.

Era la Lideresa, disfrazada de sofá estilo Luis XV. Algún día la obsesión de esa Birdwoman por el disfraz y el sigilo iba a acabar con él. Aquello fue la gota que colmó el vaso:

- ¡No puedo más! ¡Esto no es serio, hombre ya! ¡Dimito!


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